La Agenda 2030 promete un futuro mejor para todos, pero ¿puede construirse ese futuro sin escuchar a quienes viven el presente con más crudeza?
No se puede salvar lo que no se entiende. Ni transformar una realidad que no se habita. Esta verdad, tan simple como poderosa, la aprendí siendo adolescente, en los márgenes selváticos de Torreões, Brasil, donde intentábamos proteger al lobo Guará, una especie en peligro de extinción.
Lo teníamos todo: datos, recursos, pasión… pero nos faltaba lo esencial: escuchar a quienes vivían allí.
Los agricultores, fundamentales para proteger al Guará, fueron tratados como actores secundarios en una historia que era también suya. No participaron del diseño del proyecto, apenas fueron informados. ¿El resultado? Desconfianza, resistencia, fracaso.
Décadas después, ese mismo error se repite en todo el mundo bajo un nombre más elegante: Agenda 2030.
Sostenibilidad sin contacto humano
Diseñamos grandes planes desde oficinas climatizadas, redactamos objetivos ambiciosos con un lenguaje técnico inalcanzable, y luego nos preguntamos por qué las comunidades no se sienten parte. ¿Cómo van a confiar en agendas que nunca tocaron? ¿Cómo van a colaborar si nadie les preguntó cómo viven?
He escuchado a cientos de personas en zonas rurales, favelas, comunidades migrantes, barrios periféricos de Europa, Asia y América. La mayoría no sabe qué es la sostenibilidad. Los pocos que sí, la perciben como una idea ajena, elitista, algo que beneficia a otros. No saben que esos planes llevan su nombre. Ni se sienten invitados a la conversación.
Las agendas no son PowerPoint
Una agenda, si quiere transformar, debe ser más que un PDF. Debe ser una construcción compartida, una narrativa común que alinee realidades, ilusiones, conocimientos. Si no conecta con la vida real, con las emociones, las urgencias, los miedos y las esperanzas de quienes enfrentan la desigualdad, se convierte en otro documento vacío, decorativo.
Lo decía Sherry Arnstein en los años 60: “participar” no es asistir a una reunión, es tener poder para decidir. Y para eso hace falta cercanía. Humildad. Tiempo. Ganas reales de escuchar lo que no siempre queremos oír.
Cuando la desconexión alimenta el extremismo
El distanciamiento entre las agendas globales y las personas reales no solo genera indiferencia. También abre espacio para algo más peligroso: la desinformación. En ese vacío, crecen las teorías conspirativas. La sostenibilidad, para muchos, ya no es un proyecto común, sino una imposición de “los de arriba”. Algunos incluso la ven como una estrategia encubierta para dominar al mundo.
¿Exagerado? Tal vez. Pero comprensible en contextos donde la gente se siente olvidada, ignorada, usada. Cuando las élites hablan un idioma que nadie entiende, los discursos más simples, aunque estén cargados de odio o mentira, ganan terreno.
El caos que nadie controla
Vivimos un tiempo desordenado, vertiginoso, lleno de contradicciones. Líderes neoliberales que ahora son nacionalistas, redes sociales que dictan agenda, inteligencias artificiales que escriben lo que no entendemos. ¿Quién controla esto? Nadie. Y sin embargo, seguimos diseñando planes como si tuviéramos el control.
En este caos, lo que falta no son diagnósticos, sino vínculos. Diálogo. Conexión emocional. Escuchar antes de actuar. Construir desde el respeto, no desde la superioridad. Incluir no solo como “beneficiarios”, sino como protagonistas.
Un nuevo pacto desde el suelo
Necesitamos una agenda común, sí. Pero también necesitamos una nueva forma de construirla. Una que baje de la torre de marfil. Que escuche al agricultor antes que al experto. Que valore el saber popular tanto como el académico. Que reconozca que sin empatía no hay sostenibilidad, y sin participación real no hay transformación.
Porque cuanto más lejos esté la agenda de la gente, más cerca estarán los discursos del miedo, la rabia y el aislamiento.
Y en un mundo donde todo parece polarizarse, lo verdaderamente revolucionario podría ser esto: sentarnos a conversar. A escuchar. A reconstruir desde la piel de quienes ya están luchando por sobrevivir.